Taking father home Rampo noir

Tras el ligero desaguisado de Bambi Y Bone, Taking father home (Bei ya zi de nan hai, 2005) nos permite reencontrarnos con el buen cine dentro de la sección D-Cinema. Ying Liang dirige la historia de un adolescente que abandona su casa en las afueras, para buscar a un padre que los ha abandonado al marcharse a vivir en una gran ciudad. Filmada en vídeo digital con una notable carestía de medios, esta producción es la prueba de que para hacer cine de calidad no es necesario contar con grandes presupuestos ni con unos medios técnicos muy sofisticados. Simplemente, hay que tener algo que contar.

Con un estilo que se asemeja al de Jia Zhang-ke, en base a largos planos fijos y a panorámicas que barren el espacio aprisionando a sus personajes, Ying Liang construye un largometraje profundo, de gran calado emocional pese a su austeridad, donde la cámara siempre se sitúa en el sitio más explicativo. Un intenso e hiriente viaje madurativo a través de la China contemporánea, que evidencia una vez más las abismales diferencias entre las zonas rurales y las grandes urbes, así como la falta de oportunidades y el espíritu predador de estas últimas. Ni siquiera el carácter amateur de los actores ni las imposibilidades técnicas, consiguen empañar un debut tan sugerente.

Si creíamos que el terror nipón se hallaba postrado cual paciente en estado casi catatónico, nada mejor que adaptar cuatro relatos cortos basados en el Edogawa Rampo más pasado de opio para relanzar el género. Estética manierista, nada contenida en su gusto por el exceso visual y conceptual, catálogo ingente de depravaciones bizarras e individuos mentalmente escindidos, son las características más destacadas que comprende la desquiciada Rampo noir (Rampo jigoku, 2005). Rodada a cuatro manos pero manteniendo un tono uniforme en su retrato del horror, nos encontramos ante un film enfermizo e irregular, pero radical en su perspicaz puesta en escena.

Cuatro historias con el nexo en común de los sentimientos extremos, Rampo noir supone todo un oasis para un género que ya comenzaba a dar síntomas de extenuación, gracias a la aportación del ya comentado Edogawa Rampo, cuya adaptación más conocida hasta la fecha era la enigmática Gémini (Sôseiji. Shinya Tsukamoto, 1999). En particular, merece la pena destacar dos historias. Mirror Hell, intriga detectivesca donde se suceden una serie de chocantes muertes, es el segmento más reposado, haciendo uso de una brillante planificación en base a la masiva aparición de espejos y al empleo de picados, contrapicados, y encuadres oblicuos, metáfora de las psiques desviadas que habitan el relato. En segundo lugar Crawling bugs, una tópica historia de obsesión que tiene como protagonista a un chofer con trastorno delirante, severamente hipocondríaco y con tendencias a la desrrealización, que gracias a la desbordante inventiva visual de su director, transmuta en un delirio pop y de un cierto regusto por el look demodé, y que termina rebosando originalidad dado su tratamiento. Tampoco se puede obviar la insistente presencia de un Tadanobu Asano que por fin abandona un registro monotemático caracterizado por la pose taciturna y la perpetua mutis.