Itto Ogami, antiguo kaishakunin (asistente en el sepukku -harakiri- de nobles condenados por el Shogun de Japón) vaga por los caminos como un samurai sin señor. Su única compañía, su pequeño hijo Daigoro y su espada. Ahora es un sicario, tras caer en desgracia debido a un complot de la familia rival Yagyu. Es el último de su clan, salvajemente masacrado.

Ogami es un guerrero de una pieza, un asceta con una única misión. Su mundo es el de los absolutos: amigos o enemigos, honor o vergüenza. La integridad y la determinación llevadas hasta más allá de toda consecuencia. Ogami se define como "un demonio". Para él, el mundo de los humanos con sus zonas grises, sus dudas, sus remordimientos y sus miedos, ha quedado atrás. Ya no es el que lleva la espada. Es la espada.

Contra él, los Yagyu, intrigantes, políticos, siempre expresándose con medias verdades. Hábiles en el campo de batalla pero mucho más entre las sombras. Forjan alianzas que luego traicionarán, prosperan sobre montañas de cadáveres. Extrañamente para un lector occidental (quizá acostumbrado al maniqueísmo de la ficción americana), asombrosamente altruistas entre ellos: Lo importante es la supervivencia del clan. Los autores nos lo muestran de maneras dolorosamente explícitas: Un Yagyu puede dejarse atravesar por un enemigo para embotar su espada y que otro Yagyu acabe con él.

Itto no busca salvar a su país de la maldad ni recuperar el orgullo de su linaje, ni los privilegios que como kaishakunin poseía. El lobo busca la venganza absoluta y devastadora, sin importarle a quien se lleve por delante, sean sus enemigos, sea la propia paz de su nación. Es un elemento peligroso, un individuo que para lograr sus objetivos no atiende a ninguna consideración social, un hombre con voz propia en el extremadamente jerarquizado Japón de los Tokugawa. Ogami acaba siendo un enemigo mucho más peligroso para el gobierno que para los asesinos de su familia. El lobo desafía un modo de vida basado en el sentido de castas y la resignación ante el deber (giri). Hoy es Ogami, mañana podrían ser muchos.

Irónicamente, este hombre transformado en lobo, tras abandonar toda regla, toda cortesía y código de conducta superfluo, se transforma en el samurai por excelencia, puro y sin ataduras, sin más lealtad que al Honor. No es de extrañar que un planteamiento así haya marcado tan profundamente a autores del otro lado del océano como el Frank Miller de Sin City, otro individualista acérrimo.

Un punto aparte merece Daigoro, el cachorro de Ogami. En un principio mudo espectador de los duelos y penalidades de su padre, conforme avanza la saga parte integrante de la historia, tanto en lo físico como en lo emocional. Daigoro se convertirá en el verdadero protagonista y preocupación del lector, sobre cómo superará la espiral de muerte y venganza inacabable en la que le ha tocado nacer.

Kojima y Koike explotan todos los recursos narrativos que el manga, con su número prácticamente inacabable de páginas, puede ofrecernos. Resulta sorprendente leer una obra ya considerada un viejo clásico y ver tanta audacia y frescura. Ha envejecido mejor que obras presuntamente "novedosas" que aparecen a diario.

En Lone Wolf el tiempo se manipula, los duelos se aceleran, las figuras se convierten en borrosas manchas. Por el contrario, cuando es necesario, la espera y la pausa puede ser exasperante, los personajes apenas se mueven, apenas un gesto, lo justo para sujetar con más fuerza sus katanas. Los autores sacrifican lo que haga falta para conseguir el efecto deseado. Si deben hacer un duelo de trescientas páginas para que la tensión deba ser insoportable, lo hacen sin dudarlo, tal es la virtud de los mangas: la narración pura. Lo superfluo, lo accesorio, el diálogo sobreescrito, todo eso sobra en el mundo de verdades absolutas y gestos imperturbables del samurai. Lone Wolf and Cub/Kozure Okami no sólo es el manga de samurais definitivo, es el comic japonés por excelencia.


[El Lobo Solitario y su cachorro (Lone wolf and cub), de Kazuo Koike y Goseki Kojima, es publicado actualmente en España por Planeta-de-Agostini]

VÍCTOR SANTOS, tras años de colaboración en fanzines y periódicos locales, funda junto con otros autores la editorial Siete monos, bajo la que aparecerá la serie que le dará a conocer, Los reyes elfos. Más tarde llegarán su tributo al genero negro con Pulp heroes, o a los superhéroes con Protector, entre otros. Ganador de múltiples premios en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona, en el 2004 le dedicó la exposición Víctor Santos, el señor del pulp.

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